Vamos a resumir algunas de las actividades preventivas más relevantes que debemos conocer para garantizar la salud de nuestro bebé.
En primer lugar, si nuestra historia familiar se caracteriza por alteraciones cromosómicas o genéticas, es importante que realicemos una consulta prenatal antes de la concepción, con el fin de conocer las probabilidades de que nuestro hijo pueda tener algún problema.
Tras el nacimiento, se van a realizar una serie de pruebas preventivas para favorecer el correcto desarrollo del recién nacido (RN):
Para la vuelta a casa, los pediatras recomiendan una serie de medidas para continuar con el cuidado del bebé:
Es muy frecuente que los padres se inquieten ante la aparición de mocos o hipo. Sin embargo, en la mayoría de los casos no suponen ninguna alarma. Los bebés hacen muchos ruidos con la nariz y la garganta. Forma parte de su vía de comunicación. Parecen “el señor de los ruidillos”.
La mortalidad infantil ha bajado en gran medida gracias a las vacunas, al agua potable y a una mejor alimentación. Sin embargo, no debemos achacar esta disminución a la desaparición de las enfermedades que la causaban, sino a la prevención que hemos logrado a través de las vacunas. Especialmente debemos prestar atención a las que contempla el calendario oficial de vacunación, ya que previenen enfermedades que pueden ser muy graves.
La decisión de no vacunar a un hijo, puede derivar de la creencia de que las vacunas tienen efectos secundarios que superan los beneficios. Esto no es así. Todo lo contrario.
Es importante insistir, que no se ha demostrado que las vacunas produzcan autismo. Ni lo producen, ni están relacionadas con él. Hay muchísima bibliografía basada en evidencia al respecto.
A algunos padres les da miedo poner tantas vacunas a la vez. Tampoco se ha demostrado que esto produzca problemas. De producirlos, suelen ser molestias temporales leves.
Es cierto que algunas vacunas de virus vivos, pueden producir de forma atenuada la enfermedad. Sin embargo, la probabilidad de padecer una complicación de una enfermedad por vacuna es mil veces menor que la posibilidad de padecerla de forma natural. Y cuando se produce es menos grave.
La mayor parte de las vacunas no contienen el virus completo. En nuestro país, los virus de la triple vírica (sarampión, rubéola y paperas), la varicela y la gripe se combaten con vacunas que contienen estos virus vivos, pero atenuados.
Las vacunas inducen una respuesta inmunitaria en el cuerpo que producirá “memoria inmunológica”, para atacar a los agentes infecciosos que encontraremos posteriormente. Pero en la respuesta corporal a las vacunas se pueden producir llanto, irritabilidad, fiebre y/o malestar. Si vemos que nuestro bebé tiene fiebre, está irritable o decaído podemos recurrir a antitérmicos. Y de estos en menores de 6 meses, se recomienda el paracetamol. Solo utilizaremos paracetamol profiláctico, es decir de manera preventiva (antes de vacunarle o inmediatamente después), con la vacuna del meningococo B (denominada Bexsero en nuestro país). Con el resto de vacunas solo daremos medicación, si aparecen estos efectos y no de forma profiláctica.
Es importante que seamos serios y consecuentes continuando con esta práctica de inmunización. Es un derecho de los niños poder vivir correctamente vacunados y libres de enfermedades infecciosas graves, pero prevenibles. Quizá nos podamos permitir el lujo de dudar del beneficio de las vacunas porque gracias a ellas, muchas enfermedades que mataban niños antaño ya prácticamente no se ven. Pero en los países en desarrollo con menos coberturas vacunales, la mortalidad infantil sigue siendo alta.
Para finalizar, comentar algo sobre la muerte súbita infantil. Hace muchos años, para prevenir esta situación dramática, se recomendó que los niños pasaran de dormir boca abajo a hacerlo boca arriba. Este cambio postural, disminuyó la incidencia de muerte súbita de forma evidente en todo el mundo.
Sin embargo, a raíz de esta nueva postura, los pediatras estamos viendo que muchos bebés, no pasan por la fase del gateo, que para algunos rehabilitadores y fisioterapeutas es un hito importante.
Por ello, y para poder compatibilizar un mejor desarrollo psicomotriz, sin aumentar el riesgo, puede recomendarse que se coloque al bebé boca abajo cuando esté vigilado. Es decir, que siempre que el niño esté solo, duerma boca arriba. Pero que cuando cuente con nuestra supervisión lo haga boca abajo, ya que la representación cerebral del cuerpo es ventral. Esta postura boca abajo en la cuna y en el suelo (para jugar cuando son más mayores) favorece un mejor desarrollo y produce menos moldeamiento de la parte posterior de la cabeza (aplanamiento del hueso occipital).
En resumen: que duerman si están solos boca arriba y que vivan vigilados todo lo que puedan boca abajo.
Puedes acceder al resto de los consejos de la Dra. Bonet y aprender con mayor profundidad sobre la salud del recién nacido en nuestro Curso de Atención y Cuidados del Recién Nacido.